El día 25 de diciembre decidí salir a hacer senderismo por Helechosa de los Montes. Al llegar a una cima, aparecieron ante mí numerosas paredes de cuarcita lisa cubiertas de abundantes líquenes. Dado el hallazgo, no hace mucho tiempo, de varios enclaves con pinturas rupestres en las inmediaciones, decidí examinar esas paredes, que parecían lugares ideales para que nuestros antepasados hubieran dejado su arte.
No llevaba revisados ni diez metros de pared cuando apareció la primera pintura. Surgió en el lugar menos adecuado: más rugoso y, a la vez, el más inesperado. Fue la primera y también la última, ya que aquellas paredes que parecían “ideales” no mostraban ningún indicio.
En el mundo del arte rupestre esquemático existen numerosos enigmas. Las versiones oficiales sobre las ubicaciones, la simbología o el modo de vida de aquellas poblaciones han ido cambiando con el paso del tiempo. Ni siquiera los expertos logran ponerse de acuerdo en cuestiones tan fundamentales como por qué pintaban o por qué elegían determinados lugares cuando disponían de otros aparentemente mucho “mejores”.
Quizá sea precisamente esa falta de comprensión, ese salirse de las normas y no encontrar explicaciones claras, lo que impulsa a nuestro cerebro a formular hipótesis, a construir una historia propia y a permanecer enganchado a ella con cada nuevo hallazgo.

Fotografía tratada con DSTretch para resaltar la pintura:

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